El Héroe

Es la primera obra que publica. Aparece en 1637. Gracián manifiesta las intenciones de esta obra en el prólogo y no son otras que las de mostrar un varón que aventaje a un rey en sus cualidades. Tomará modelos ilustres para imitar sus virtudes: de Séneca, la prudencia; de Esopo , la sagacidad; el estilo guerrero de Homero; de Aristóteles, la cualidad de filósofo; a Tácito imitará como político y a Castiglione como cortesano.

La obra está dividida en veinte “primores” o excelencias que debe poseer todo héroe. Constituye un manual de conducta para las relaciones sociales en individuos superiores.

El Político

Publicada en 1640, es la segunda obra de Gracián. Su título completo es El Político don Fernando el Católico. Es un retrato de Don Fernando, un estudio del monarca con un propósito doctrinal enfocado tanto al pasado como al presente y futuro de la monarquía española. Don Fernando es considerado  por Gracián como un “político prudente”. La nostalgia de ese gran rey, tan valorado por el autor aragonés, se deja sentir en todo este panegírico.

Agudeza y arte de ingenio

En 1642 publica la 1ª edición de Arte de ingenio, reeditado seis años más tarde como Agudeza y arte de ingenio. La diferencia entre los dos es un aumento de epigramas de Marcial en la segunda. En esta obra desfilan una serie de muestras literarias a las que Gracián examina bajo el aspecto de la agudeza. Aparecen muestras de todo tipo: autores contemporáneos y de la Edad Media, populares y cultos, españoles o extranjeros, grecolatinos o romances, y sorprendentemente, conceptistas y culteranos, pues, aunque siente gran admiración por los conceptos sabe apreciar también la agudeza metafórica y verbal de los culteranos.

El Discreto

En 1646 aparece la cuarta obra de Gracián: El Discreto. A diferencia de El Héroe y El Político, en donde este autor pretende establecer las cualidades de un gran hombre, en El Discreto se acerca a un personaje más humano, a un hombre simple, particular. Esta obra está estructurada en veinticinco “realces”, que corresponden a las propiedades que debe poseer todo aquel que se precie de ser una persona discreta. Algunas de ellas, según Gracián, son: señoría en el hacer  y en el decir, espera o detención, firmeza para lo excelente, compostura o gravedad, buena elección, señorío de sí mismo, razón, juicio. El último capítulo resume lo dicho en cada uno de los realces.

La obra muestra una amplia variedad que conlleva diversidad de ritmo y tono y que exhibe, una vez más, el ingenio y la sutileza del autor.

Oráculo manual y arte de prudencia

Publicada en 1647, consta de trescientas máximas extraídas de las obras anteriores tanto propias como ajenas, que pretenden servir como manual de comportamiento para todo aquel que quiera alcanzar la virtud. Puede decirse que es un libro de normas de conducta que permite el triunfo moral en la vida diaria.

Gracián aparece aquí con una forma nueva: el aforismo. Se trata de una serie de reglas de muy corta extensión que pueden ser aplicadas de manera universal. Como ya hemos dicho, una parte de estos aforismos tiene su procedencia en otras obras de este jesuita. En el Oráculo, el aforismo sirve de título y a continuación le sigue una escueta consideración explicativa.

El abuso de la figura literaria, la atribución de nuevos significados, la creación de léxico y las relaciones semánticas son algunos de los factores que contribuyen a que la lectura de esta obra no sea fácil y asequible a todos por igual.

El Criticón

Es considerada la obra maestra de Gracián. Se divide en tres partes, que se publicaron respectivamente en 1651, 1653, 1657. La primera de ellas aparece firmada por García de Marlones, y las otras dos con el seudónimo ya habitual de Lorenzo Gracián. Realmente, son cuatro partes las que componen la estructura de esta obra, pues Gracián pretende encerrar aquí el curso de la vida en sus cuatro estaciones correspondientes a las edades del hombre. Así, las partes están subtituladas de la siguiente forma:

  1. Primera parte en la primavera de la niñez y en el estío de la juventud;
  2. Segunda parte, juiciosa y cortesana filosofía, en el otoño de la varonil edad;
  3. Tercera parte, en el invierno de la vejez.

 

Cada una de estas partes están a su vez subdivididas en capítulos que Gracián denominó “crisis”, que etimológicamente significa: “juicio de lo que se ha observado”.

Esta obra es distinta a las publicadas por este autor anteriormente,  pues ya no se trata aquí de un compendio de doctrinas, sino de una novela alegórica sobre la vida moral del hombre.

Un esquema argumental de la novela podría ser el siguiente: el naúfrago Critilo es rescatado por el salvaje Andrenio en la isla de Santa Elena, donde éste último ha sido criado entre fieras. Critilo le enseña a hablar y a comportarse y juntos consiguen partir en busca de Felisinda, amada de Critilo, en un barco que llega a la isla. Esta búsqueda les lleva por las cortes de España, Aragón, Francia y Roma hasta que llegan a la isla de la Inmortalidad. Toda la obra está repleta de episodios y aventuras disfrazadas de alegorías, fábulas, personificaciones, etc, que encierran innumerables experiencias humanas. El libro nos muestra la visión del pensamiento moral y la cultura del Barroco.

Muchas han sido las fuentes de El Criticón. Una de ellas es El filósofo autodidacto de Abentofail, que es un cuento popular árabe. También guarda cierto parentesco con las diputas medievales de la tradición europea, con la Divina Comedia, el Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, las Moradas de Santa Teresa, y muchas otras obras más que no citamos aquí por concernir a un estudio más amplio y erudito.

El rasgo más destacado de esta novela alegórica es el inmenso pesimismo para lo humano, el sentimiento de desengaño que abarca toda su obra y también el siglo  en el que vive.  El pensamiento de la época se inclina a pensar que el hombre es cruel, es mala inclinación, y sólo su razón es capaz de guiarle con acierto. La crueldad de la mujer aparece en El Criticón como mucho mayor que la del hombre, pues así lo atestiguan los engaños de Falsirena en esta obra.

En cuanto al estilo, debemos decir que no se aleja de la voluntad de la época de oscuridad en la expresión, de intento de alejamiento de todo enunciado común. Gracián quiso escribir siempre para un público minoritario y así lo hace también en esta obra. Para ello hace uso de una amplia gama de enigmas y alegorías morales que camuflan toda manifestación del pensamiento. Los juegos verbales son muy utilizados también y, de este modo, tan pronto emplea la reiteración de elementos como ingenia una elisión o un zeugma. De este modo, es el lector quien tendrá que ir descubriendo la originalidad y la profundidad de una obra que supo expresar metafórica y alegóricamente el crítico transcurso del vivir del hombre.

El Comulgatorio

Aparece en Zaragoza en 1655. Es la única obra de contenido religioso de Gracián. El mismo autor dice en el comienzo de este libro: “Entre varios libros que se me han prohijado, éste sólo reconozco por mío, digo legítimo...”. Con esto quiere decir que es el único que se corresponde con su condición de religioso. Por esta razón se publica con el nombre verdadero del autor: “El Padre Baltasar Gracián, de la Compañía de Jesús, Letor de Escritura”.  Este libro está organizado en cincuenta meditaciones para prepararse, comulgar y dar gracias. Gozó de gran consideración dentro y fuera de España durante mucho tiempo.