A Gracián le toca vivir una época de depresión y desorientación situada en el tiempo entre el empuje renacentista y el progreso dieciochesco. Es una época también de estancamiento o retroceso demográfico, de crisis económica. Es el Barroco, un período en el que destaca el ahondamiento en la soledad meditativa, el alejamiento del mundo, la desconfianza en el hombre. No es de extrañar, pues, el acentuado pesimismo del que están impregnados todos sus escritos.

Es conocido Gracián como uno de los cultivadores del conceptismo más exacerbado. Poseyó gran aversión hacia lo vulgar y, por eso, en la dificultad y rareza del concepto intentó siempre encontrar cierto atisbo de distinción.

En la obra de este ilustre aragonés aparece reflejada su voluntad manifiesta de estilo. Los manuscritos de sus obras contenían infinidad de tachaduras y correcciones que lo demuestran. Pero Gracián no buscó la belleza en sus escritos, sino más bien la exactitud en su expresión, una expresión oscura, trabajosamente elaborada. Esta intencionada oscuridad en el lenguaje es frecuente en la literatura de la época. Los autores detestan lo vulgar y buscan un modo de expresión cada vez más bello, aunque ya hemos mencionado que la dificultad de Gracián nada tiene que ver con la belleza.

En la prosa de este magnífico genio  podemos percibir los rasgos del más puro conceptismo. Así nos revela sus ideas mediante frases comprimidas hasta su esencia. Escapa siempre de la oraciones compuestas y muy especialmente de las  subordinadas, utilizando en su lugar yuxtaposiciones o conjunciones coordinativas. En su afán de condensación suprime todo elemento superfluo o no indispensable por sobreentendido, como por ejemplo el verbo ser. Lógicamente se ahorra el uso de la adjetivación y emplea únicamente los de significación especial. Es en el verbo donde se concentra toda la carga significativa, en él se condensa todo el sentido de la frase.

Pero también encontramos en Gracián elementos culteranos, pues a veces hace uso de un estilo elegante y florido para el logro de sus propósitos. Así, emplea frecuentemente tropos y lenguaje metafórico. Pero huye en todo momento de las alusiones metafóricas, tan prolíficas en los textos culteranos.

Otros rasgos de su estilo lo forman sus frecuentes enumeraciones, la búsqueda de simetría de las frases, la antítesis, la ironía.

En cuanto al léxico, este insigne escritor buscó en todo momento vocablos expresivos, con fuerza, que realzasen las ideas. Cuando no encontraba el término que deseaba, se valía del cultismo, neologismos, términos bajos y vulgares o hasta de regionalismos.